Al respecto un informe especial, indica algunos detalles, con profesionales del ICBA (Instituto Cardiovascular de Buenos Aires).
Las cardiopatías congénitas son defectos en la estructura o el funcionamiento del corazón o de los vasos sanguíneos que se producen por un desarrollo anormal durante la vida fetal, habitualmente en las primeras ocho semanas de gestación de los bebés.
No pueden ser prevenidas, pero sí es fundamental diagnosticarlas en forma temprana, ya que esto permite acceder a tratamientos que brindan una sobrevida prolongada y una mejor calidad de vida. A tal punto que hoy la cardiología avanza en el abordaje de una nueva población de pacientes: los adultos con cardiopatías congénitas.
En la Argentina, según datos del Ministerio de Salud de la Nación, uno de cada 100 niños nacidos es portador de una cardiopatía congénita. Estas pueden ser heterogéneas en su anatomía y en su forma de presentación y en consecuencia, en la necesidad de tratamiento y seguimiento. De acuerdo a estimaciones oficiales, la mitad de los casos requiere que se realice una cirugía durante el primer año de vida —por el alto riesgo que representa que se desarrollen— y la mayoría puede ser reparada. En general, solo un 20% de los casos requiere una reintervención.
Hoy se celebra por 25° año consecutivo el Día Mundial de las Cardiopatías Congénitas, con el objetivo de crear conciencia sobre el impacto de este grupo de enfermedades y para difundir información que contribuya a mejorar su abordaje.
En ese sentido, especialistas del ICBA Instituto Cardiovascular invitan a conocer cómo fue la evolución del conocimiento científico de estas patologías, cómo se tratan hoy y cuáles son los desafíos más urgentes.
Por ello, es necesario la intervención de un profesional que pueda pedir, indicar y analizar estudios y chequeos generales. Que pueda monitorear al paciente, para poder saber qué hacer o qué recursos y herramientas poner a trabajar.
Un poco de historia
Las patologías congénitas aparecen en registros históricos desde hace siglos. La cianosis (coloración azulada de la piel debida a una oxigenación insuficiente de la sangre), por ejemplo, quedó documentada por las primeras civilizaciones. La dextrocardia, (el corazón ubicado en el hemitórax derecho) fue descripta por primera vez en la era pre-cristiana, y en el siglo XVI, se descubre en un feto el ductus arterioso permeable (conexión entre las arterias aorta y pulmonar). Incluso Leonardo da Vinci realizó un notable dibujo en su Quaderni d’ Anatomia (1513) en el que señala una comunicación interauricular (pasaje de sangre entre ambas aurículas a través del tabique que normalmente las divide), una de las cardiopatías congénitas más frecuentes.
Un caso particular es el de la Tetralogía de Fallot, que es ocasionada por una combinación de cuatro defectos cardíacos, ya que no hay consenso sobre su descubrimiento. Fue descripta por primera vez por Niel Stensen en 1672, pero luego vendrían numerosas referencias hasta que en 1888 Etienne-Louis Arthur Fallot publicó un magnífico artículo, la “maladie blue” (“la enfermedad azul”), debido a la cianosis que presentan los portadores de esta cardiopatía. Con su trabajo, Fallot logró que su nombre se acuñara como epónimo indiscutible de la enfermedad, despertando la atención de los clínicos, cardiólogos y pediatras.
Luego, en 1897, Viktor Eisenmenger publicó en una revista alemana signos clínicos de niveles bajos de oxígeno en sangre en un hombre de 32 años que había nacido con una comunicación interventricular. El paciente evolucionó a insuficiencia cardíaca y falleció. Desde entonces, el diagnóstico y el nombre de síndrome de Eisenmenger se aplican a una condición avanzada de enfermedad vascular pulmonar relacionada a diferentes cardiopatías.