Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados.»
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: «La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel», que traducido significa: «Dios con nosotros.» Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa, y sin que hubieran hecho vida en común, ella dio a luz un hijo, y él le puso el nombre de Jesús.
Palabra del Señor
Comentario
Llegamos a la Navidad, las vísperas del día más santo de todos. Y llegamos como llegamos –como se dice–, como estamos, como hemos podido vivir estos días, este año tan particular. No hay tiempo para lamentarnos ni para manejar nuestros sentimientos por decreto. No se manejan los sentimientos por decreto de necesidad y urgencia. Es verdad que intentamos hacer un camino estas semanas, pero cada uno llega como llega. No hay que inventar nada. No hay que tapar nada, ni tirar la basura bajo la alfombra. Hay que ser lo que somos y estar como estamos, pidiendo ser sorprendidos por Jesús de alguna manera.
No sé cuándo escucharás este audio, si hoy a la mañana, a la tarde o a la noche, o incluso si lo escucharás. Dios quiera que escuches el relato del nacimiento de nuestro Salvador, que lo escuches como algo sagrado. ¿Por qué no al lado de un pesebre? No importa dónde estés y con quién pases hoy la Nochebuena; por supuesto que sí, con los seres queridos Dios quiera. Lo fundamental es que escuchemos también lo que pasó, para que entendamos lo que celebramos, para que vivamos lo que celebramos. Si no, ¿qué vamos a festejar hoy a la noche y mañana?
Te propongo y me propongo un lindo ejercicio: imaginar que tenemos un niño recién nacido en los brazos. Si sos mamá, te va a ser mucho más fácil, por ahí ya lo tenés. Si sos padre también, solo tendrás que recordar cuando tuviste a tu hijo por primera vez en brazos. Si no tuviste hijos, pensá cuando tuviste a tu hermano en brazos o algún sobrino, al hijo de un amigo o de una amiga. Todos podemos recordar ese momento tan maravilloso, es lindo hacerlo. Imaginemos que lo tenemos en brazos, como el más frágil que hay, como el más tierno y delicado que podemos imaginar. No queremos despertarlo, molestarlo. No queremos hacer «muecas» ni nada por el estilo. No queremos que llore, no queremos que sufra. Solo queremos que duerma y queremos mirarlo hasta cansarnos. Si sos mamá, ¿cuántas horas habrás pasado con tu hijo, hija en brazos? Si no sos mamá o papá, ¿cuánto desearías tener a tu futuro hijo en brazos? Si tenés un niño, probá hacerlo directamente en este momento o cuando puedas.
Tomémonos un tiempo para pensar, meditar en esto. Es posible hacerlo, es un día tranquilo. Podemos hacer el esfuerzo para estar tranquilos. Hoy a la noche, casi como queriendo tapar esto, esta necesidad de silencio, va a empezar el ruido que tapará lo que Dios quiere que reluzca. Bueno, con el niño en brazos intentemos vivir esta experiencia y, una vez que seamos conscientes de esto, preguntémonos algunas cosas. ¿Nos damos cuenta de que Dios realmente nació y vivió como un niño? ¿Nos damos cuenta de lo que significa esta realidad?
Pensar que Dios quiso estar en brazos de una mujer y de un hombre. ¡Qué locura de Dios! Solo Dios puede ser tan loco de hacer lo que ningún humano quiere hacer, hacerse más pequeño de lo que es. Bendita locura de Dios que con tanto amor logra que se estrellen y destruyan todas nuestras ansias de más, de grandiosidad, de soberbia. «Toda esta locura destruye a los soberbios de corazón», dice la Palabra. Pensar que Dios fue débil, vulnerable y frágil como lo fuimos cualquiera de nosotros de niños. ¿Qué nos dice todo esto? ¿No será que Dios de alguna manera quiere que aprendamos a abrazarlo como si fuera un niño? ¿No será que Dios mismo se hizo niño para no forzarnos a nada, sino al contrario, para atraernos con dulzura, inocencia y fragilidad? Pensar que Dios lloró y necesitó ser cuidado por su madre.
Locura de locuras. ¿No será que debemos volver a tener la experiencia de un Dios que necesita de nosotros y se deja abrazar por hombres frágiles y pecadores? ¿No será que nosotros mismos tenemos que volver a aprender a dejarnos abrazar, cuidar, a amar? ¿No será que en la medida que crecemos vamos dejando de ser lo que en realidad Dios quiere que seamos, débiles y necesitados?
Sería bueno que hoy podamos imaginar esta gran locura y que esa locura nos despierte, nos convierta, nos conmueva, nos sorprenda y nos dé ganas de recibir realmente el amor de Jesús en nuestros corazones. Se puede. Mientras tanto, entre tanto ruido y superficialidad, intentemos abrazar al Niño, a unos niños en nuestros cercanos, queridos y no tantos, en el que te cuesta estar, en el pobre y olvidado que hoy pasa solo, en el preso o enfermo que no puede salir, en tantos y tantos que necesitan conocer a un Dios mucho más tierno de lo que nosotros pensamos.
Ese Dios es el que quiere habitar en nuestros corazones. Ese Dios es el que necesita que nuestro corazón sea un verdadero pesebre; frágil, a veces con mal olor, a veces un poco sucio, pero ahí está. Un pesebre, un pesebre abierto a que los demás puedan venir a visitarlo como los pastores, como María, como José, como los reyes, como tantos que se acercaron ese día a estar con este Niño, con ese signo que misteriosamente era Dios hecho hombre.
Que esta Navidad puedas pasarla en familia, pero realmente unidos a Jesús, como él lo desea. Que tengas una feliz y santa Nochebuena. Feliz y santa Nochebuena de todo corazón.
Fuente: Algo del Evangelio