Al principio existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
Al principio estaba junto a Dios.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra
y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
En ella estaba la vida,
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas,
y las tinieblas no la percibieron.
La Palabra era la luz verdadera
que, al venir a este mundo,
ilumina a todo hombre.
Ella estaba en el mundo,
y el mundo fue hecho por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a los suyos,
y los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que la recibieron,
a los que creen en su Nombre,
les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Ellos no nacieron de la sangre,
ni por obra de la carne,
ni de la voluntad del hombre,
sino que fueron engendrados por Dios.
Y la Palabra se hizo carne
y habitó entre nosotros.
Y nosotros hemos visto su gloria,
la gloria que recibe del Padre como Hijo único,
lleno de gracia y de verdad.
Palabra del Señor
Comentario
Estamos en Navidad y estaremos en Navidad por unos cuantos días. Las cosas lindas hay que festejarlas mucho tiempo y lo lindo de la vida necesita tiempo para que decante, para poder llegar a lo profundo del corazón del que cree, del que cree en Jesús, en el Dios hecho hombre, en el «Dios con nosotros». Algo tan increíble y maravilloso como la Navidad necesita ocho días de contemplación. Por eso, hoy empezamos el tiempo de Navidad y este gran día durará ocho días, y se llama Octava de Navidad. Así que empezamos a transitar estos días tan lindos de la mano de la Iglesia, que nos enseña siempre.
Vuelvo a decir: estamos en la Navidad y llegamos, como decíamos ayer, como llegamos. No sé cómo habrás vivido la Nochebuena, la Noche santa, pero si tuviste ojos de fe, si te pusiste los anteojos de Jesús, seguramente te diste cuenta de muchas cosas que no parecen tener mucho que ver con lo que en realidad celebramos los cristianos, pero no importa. No es para enojarse ni para ver lo negativo, sino que es para aprender y seguir creciendo. El mundo sigue su curso y nosotros estamos en este mundo. Como dice Jesús: «Estamos en el mundo, pero no somos de este mundo». «Él vino al mundo y el mundo no lo conoció –dice la Palabra de hoy–. Vino a los suyos y los suyos no la recibieron».
Nuestra lógica, la lógica humana, espera otra cosa cuando se le habla de Dios. Nuestro corazón espera cosas grandes cuando escucha la palabra todopoderoso, omnipotente, Mesías, por ejemplo. Nuestro corazón a veces se resiste a pensar que lo grande puede estar todo metido en lo pequeño, lo divino puede estar en lo humano. Sin embargo, si queremos empezar a entender que es la Navidad, la natividad del Señor, y que es el misterio de la Encarnación, es bueno que nos vayamos acostumbrando a eso, a las locuras de Dios. Creemos en un Dios que va bastante a contramano de este mundo. Por eso el mundo no lo recibió –como dice la Palabra de Algo del Evangelio de hoy–, por eso el mundo hoy no lo recibe mucho a Jesús, por eso vos y yo a veces nos cuesta tanto recibirlo verdaderamente en el corazón.
Lo lindo de estos días es aprender a recibir a nuestro Salvador. Hay que entrenarse para recibirlo, en saber abrirle las puertas, para no ser como los del mundo que no lo recibieron, para no ser como la mayoría del mundo que no lo recibe, que lo deja pasar. Jesús hoy también sigue naciendo en pesebres escondidos, pobres y silenciosos de tantos altares y corazones en el mundo; sigue naciendo mientras el mundo sigue en la suya; sigue muriendo buscándose solo así mismo y no encontrando más que vacío. «La Palabra se hizo carne», dice Algo del Evangelio de hoy.
La Palabra se hizo hombre y nació entre nosotros, vivió entre nosotros, murió entre nosotros y ahora está entre nosotros. Que la Palabra se haya hecho carne, se haya hecho hombre, quiere decir que todo lo que Dios quería decirnos nos lo quiso decir de una vez para siempre, y no por medio de sonidos de palabras que van por el aire –como son las que usamos nosotros–, sino por medio de una Persona, del Hijo, de Jesús. Que habló también con palabras, pero que habló mucho más con su presencia, con sus gestos, con sus silencios, con sus acciones y también, por supuesto, con sus palabras.
No pienses hoy en todo lo que hizo y habló Jesús, sino en todo lo que no hizo y calló desde que estuvo en un pesebre. No pienses tanto en todo lo que tenés que hacer por él, sino tratemos mejor de imaginarnos estando en el pesebre y teniendo a un niño en nuestros brazos, recibiendo a Jesús. Jesús, Dios y hombre en los brazos de cada hombre, dejándose abrazar y cuidar. Ese niño que te estás imaginando, el que nació en los brazos de María y fue cuidado por ella y José, es luz y vida. Es amor que ilumina y da vida. Es vida que ilumina para amar. Es luz que da vida y amor.
Un niño que es Dios, un Dios que se hace niño para que dejemos de tenerle miedo a nuestro buen Dios, como si él fuera algo raro y molesto en nuestras vidas. Tenemos a Dios en las manos, se nos vino a entregar.
Lo tenemos en el corazón para que lo abracemos, para recibirlo de la mejor manera posible. Todavía estamos a tiempo de vivir bien esta Navidad, de recibir a nuestro Salvador y no dejarlo solo como lo dejaron los de su tiempo. No dejemos solo hoy a nadie, a nadie que se nos cruce por el camino y tengamos la oportunidad de recibir. A Jesús lo recibimos en la Eucaristía, pero también en los otros. Pensemos hoy de qué manera podemos recibir esa palabra que contiene todo lo que Dios nos quiso decir de una vez para siempre.
Fuente: Algo del Evangelio