Jesús regresó a la casa, y de nuevo se juntó tanta gente que ni siquiera podían comer. Cuando sus parientes se enteraron, salieron para llevárselo, porque decían: «Es un exaltado».
Palabra del Señor
Comentario
¡Qué modo de terminar esta semana!, escuchando la Palabra de Dios, en donde, como dice, la gente –en realidad los propios parientes de Jesús– termina diciendo que está exaltado, o sea que está fuera de sí. Diríamos nosotros que está un poco loco; no comprendían quién era Jesús.
Y podríamos decir que casi sin darnos cuenta en esta semana apareció el tema de las «apariencias», de la mirada, de la mirada del corazón. Estas palabras del Antiguo Testamento –donde dice que «Dios no mira las apariencias como el hombre, sino que mira el corazón»– vimos que se refleja en el Evangelio. Y así es como en estos días vimos cómo, por un lado, Jesús curaba, sanaba, expulsaba demonios. Y los fariseos lo increpaban, los fariseos le reclamaban, lo juzgaban; juzgaban también a sus discípulos. La gente lo seguía alocadamente, podríamos decir. Lo apretujaba, lo seguía por todos lados. Sin embargo, Jesús, de algún modo, quería purificar la mirada de los demás hacia él.
Por eso te propongo que en este fin de semana, en este sábado, podamos hacer un repaso de la semana, pero no mirando cada Evangelio, sino teniendo en cuenta esta imagen, la imagen de «la mirada». Acordémonos que «Dios no mira como los hombres»: él mira el corazón, y nosotros las apariencias. Los fariseos miraban las apariencias, mucha gente que seguía a Jesús miraba las apariencias y los parientes de Jesús, en Algo del Evangelio de hoy, los mismos familiares, miraban las apariencias; no sabían quién era realmente. Pero él miraba el corazón y nadie comprende lo que hacía; por eso también, en algún momento, Jesús se enoja y tiene una mirada de indignación hacia los fariseos que no se les ablandaba el corazón.
Por eso creo que nos puede ayudar también preguntarnos hoy: ¿cómo estamos mirando?, ¿qué miramos de nosotros mismos?, ¿qué miramos de los demás? y ¿qué miramos, qué buscamos del mismo Jesús? O también, y por qué no, podemos preguntarnos: ¿estamos muy preocupados por la mirada de los demás hacia nosotros? ¿Estamos poniendo nuestra seguridad y nuestra fortaleza en cómo nos miran los demás? Puede ser que a nosotros nos traten también como locos exaltados.
A veces empezamos el camino de la fe y los de al lado, nuestros propios familiares, nos miran como de reojo: «Este está loco», «esta está loca», «este está exaltado», «esta se la pasa en la Iglesia», «este es un fanático, una fanática». No nos entienden, porque parece que si estamos mucho en las cosas de Dios, somos «fanáticos». Ahora, la verdad es que si hacemos cualquier otra cosa, si somos fanáticos de un equipo de fútbol, de un cantante, no pasa nada, ¿no? ¡Qué extraño! Sin embargo, cuando estamos en las cosas de Dios, casi que somos fanáticos. «No exageres» nos dicen, «no exageres».
Una vez alguien que de hace no mucho tiempo acababa de descubrir la maravilla de la fe, la maravilla de un hombre Dios que nos enamora, me contaba que su hijo no la entendía, que no podía comprender que vaya los domingos a misa. Casi que la creía una fanática. No es maldad, es entendible. Al que todavía no se le abrieron los ojos del corazón, para ver a Jesús en todas partes, le cuesta comprender la locura de los que descubrimos que no hay otra cosa más importante y más trascendental en la vida que amar a Cristo con toda el alma, con toda la existencia, con todo el ser.
También una madre con dolor me hablaba, me acuerdo, incluso del rechazo espantoso que sufre y sufría por parte de su hija, que no puede aceptar que ella busque a Jesús de algún modo. Los que no están en el camino de la Vida, o son completamente indiferentes y nos respetan, pero en el fondo nos ven como locos, o bien les molesta que seamos felices de seguir a alguien que solo vemos con los ojos del amor y de la fe. ¡Qué extraño!
Por ahí te pasa algo similar en tu vida, pero no te preocupes, no te pongas triste. A Jesús sus propios familiares lo trataron de loco. Por eso, si te pasa, te diría que es un buen signo; «es de locos», la verdad. «Es “cosa de locos” –como me decía una amiga– amar a Jesús».
Entonces, ¿qué hacemos frente a esas cosas? ¿Nos entristecemos? ¿Ponemos nuestra mirada en Jesús? ¿Nos enojamos cuando los demás nos ven de alguna manera fuera de nosotros, exaltados, como locos? Porque también si ponemos demasiado nuestro corazón en qué es lo que miran los demás de nosotros mismos, en el fondo no estamos poniendo nuestra mirada en Jesús.
Entonces en este juego de miradas –de cómo mira Jesús, de cómo miramos nosotros y de cómo nos miran los demás– podemos hacer una especie de examen espiritual en este sábado, para, por supuesto, aceptarnos en lo que nos tenemos que aceptar.
Primero, empezar a conocer al verdadero Jesús, que no le gusta ser muy reconocido en cuanto a lo que hace, sino que quiere mostrarnos su corazón. Bueno, preguntémonos: ¿qué buscamos nosotros de Jesús? ¿Qué miramos de él? ¿Qué estamos esperando? ¿Esperamos continuamente que nos dé lo que queremos o estamos buscándolo por su Palabra, escuchándolo; o sea, abiertos a lo que nos vaya presentando, no teniendo expectativas de un Dios que a veces nosotros nos armamos «a nuestra medida»? Eso por un lado.
Y por otro, ¿nos dejamos mirar por Jesús? ¿Dejamos que nos mire, que nos muestre la verdad de nuestro corazón para no juzgarnos como a veces nos juzgamos nosotros mismos? ¿Dejamos que Jesús nos mire con amor, como él mira, o estamos pendientes de otras cosas?
Y, por último, también preguntarnos: ¿qué estamos mirando nosotros de los demás?, ¿cómo miramos a los demás? Si a veces los juzgamos, si nos apresuramos en nuestros pensamientos, o realmente nos dejamos enriquecer con la presencia de los otros. O también: ¿estamos muy pendientes de lo que los demás dicen y piensan de nosotros?
Bueno, que este sábado nos ayude a hacer como una especie de afirmación de lo que más importa: lo esencial en nuestra vida es la mirada que tiene Jesús de nosotros; más allá de lo que hayamos podido hacer, de lo que no hemos podido hacer, de lo que somos. En realidad, él es el único que sabe quiénes somos y lo que tenemos que ser.
Fuente: Algo del Evangelio