Entonces llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros. Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero; que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas.
Les dijo: «Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir.
Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos».
Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo.
Palabra del Señor
Comentario
El otro extremo con respecto al tema del demonio, sobre su existencia y su acción en este mundo, es por supuesto el contrario a la exageración y, lo más común en realidad hoy en día, su negación. O sea, el decir que no existe o bien el minimizar tanto su presencia y su obrar que en realidad nos resulta más fácil «hacer» como si no existiera. Decía alguien por ahí que «el mayor triunfo del demonio en estos tiempos es, justamente, que la mayoría de los cristianos piensen que no existe». Digamos que así, podríamos decirlo, «se hace una fiesta».
Es un ser más inteligente que nosotros, por eso cuando «nosotros fuimos, él ya fue y vino», y mientras caemos en los extremos, viendo demonios en todos lados o bien negando su existencia, él saca provecho de esas situaciones en miles y millones de almas. Ni una cosa, ni la otra. Lo más sano es saber que existe sin darle demasiada importancia y, al mismo tiempo, aprender a luchar contra sus engaños y artimañas que intentan, sutilmente, cada día, que erremos el camino o bien que nos vayamos alejando de la voluntad de Dios.
Cuando se anda en los extremos, se cae fácilmente en dos clásicos errores. Por un lado, echarle la culpa al demonio de todos nuestros males, errores y pecados y a sus tentaciones. Y por lo tanto, la solución a esos problemas, vicios y pecados inevitablemente siempre la buscaremos en recetas un poco mágicas, camufladas de espiritualidad, sin asumir nuestras propias responsabilidades y sin tomar las decisiones que nos ayuden a cambiar o a crecer más allá de las trabas que él puede ponernos en el camino.
Otro error clásico es olvidar que él existe realmente y reducir todos los problemas de nuestra vida a lo puramente humano, a «temas psicológicos», culturales o a lo que sea, cayendo en la ingenuidad e increencia de que, además de este mundo que vemos con nuestros ojos, existe un mundo espiritual que no vemos, en donde también se da una lucha por servir o no servir a Dios, y esto influye también en nosotros. Seguiremos con esto en estos días.
Escuchamos en Algo del Evangelio de hoy cómo Jesús envía a los Doce, a esos Doce que él había elegido para que estén con él, para que puedan conocerlo, para que conozcan su corazón. Llega un momento de su vida en que les pide que lo ayuden. Suena extraño, eso de que Jesús necesita la ayuda de los hombres para llevar el mensaje de salvación, de conversión, el mensaje del Reino de Dios a todos los hombres y además, claramente, como dice el texto, «expulsar demonios, espíritus impuros».
Dios hecho hombre, Jesús, necesita de los hombres para llevar su mensaje. Él sigue utilizando las mediaciones humanas para que también el mensaje llegue a todos los hombres. Por eso, incluso en su vida pública, pide ayuda a los discípulos, a los que nombra apóstoles y los envía de dos en dos, no envía personas «solas». No podemos vivir una fe solitaria, por decirlo así. O, especialmente, también podríamos decir que se dirige a los apóstoles, o sea, también a los sucesores de los apóstoles: a los obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados. Es una misión especial que nunca puede ser solitaria. Erramos el camino en la Iglesia cuando los consagrados, todos los que son elegidos para llevar el mensaje de la Palabra de Dios, piensan que pueden solos, que pueden ser «francotiradores» de la fe, que en la medida en que se aíslan y «hacen su rancho aparte» lo que hacen es lo mejor, piensan que esa es la mejor manera de evangelizar.
Eso es falso, el evangelio nos enseña que no se puede evangelizar solos, porque evangelizar es transmitir con la vida el mensaje del misterio del Reino de Dios a los demás. Y el Reino de Dios es misterio de «relación», es relación de amor. ¿Cómo podemos vivir en relación si estamos solos? Solo de a dos se puede vivir el amor y solo transmitiendo amor podemos predicar el mensaje de Dios a los demás.
Ojalá que podamos darnos cuenta que, si andamos solos, las cosas no funcionan tanto.
Solo podremos descubrir la verdad en nuestra vida en la medida que establecemos relaciones de amor con los demás, relaciones basadas en el evangelio.
Un matrimonio, una mujer, un marido, descubre la verdad de su corazón y la verdad de su vida solamente abriéndose al otro, a los demás. Y abrirse a los demás ayuda a que otros también descubran el mensaje del Reino de Dios. Lo mismo pasa con los sacerdotes y los consagrados. Jesús no quiso estar solo, Jesús llamo a Doce. No quiso enviarnos solos y en la Iglesia no estamos solos. Somos una gran familia que como cuerpo de Cristo transmitimos el mensaje de un Dios que tampoco es solitario, de un Dios que es familia: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Fuente: Algo del Evangelio