Jesús dijo a sus discípulos:
«No son los que me dicen: “Señor, Señor”, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.
Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?” Entonces yo les manifestaré: “Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal.”
Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca.
Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande.»
Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, la multitud estaba asombrada de su enseñanza, porque él les enseñaba como quien tiene autoridad y no como sus escribas.
Palabra del Señor
Comentario
¿Quién de nosotros alguna vez no dudó, no tuvo miedo cuando vio que todo parece que se venía abajo, cuando alrededor todo fue una tormenta y Jesús dormía? Bueno, pero ¿quién de nosotros también no experimentó la alegría de escuchar que Jesús se levanta y con su palabra increpa el viento de este mundo, al pecado que nos atormenta y no nos deja vivir en paz? ¿Cuántas veces, Señor, tu Palabra se pronunció en mi interior y me calmó y me hizo experimentar que la duda finalmente me volvió a abrazar a tu corazón? Gracias, Señor, porque tu Palabra increpa los vientos de duda en mi corazón y me hacen volver a elegirte. Para eso finalmente dudé, para volver a elegirte.
Todos fuimos presos de alguna manera de nuestras propias palabras alguna vez en la vida, nuestras palabras o nos salvan o nos condenan, porque o las vivimos o las incumplimos. Cuanto más hablamos más posibilidad tenemos de caer en la incoherencia y en la incapacidad de practicar lo que decimos. Por eso el desafío que nos propone Jesús es dejar que salga de nuestra boca lo que realmente está en el corazón, lo que realmente se vive, sino mientras tanto es mejor callar. Más difícil es esto cuanto más arriba se está o más responsabilidades se tiene, como nos pasa a los sacerdotes. Es difícil hablar de lo que se debe vivir mientras uno no puede vivirlo o mientras uno siente que la lucha es continua, lo mismo puede pasarle a un padre, una madre, un maestro, un profesor, un educador o alguien que tiene un cargo sobre sus espaldas. Jesús rechaza en el fondo la hipocresía instalada, a la que le gusta la incoherencia y la doble vida. Es por eso que cuando uno no puede vivir lo que enseña, lo mejor es callar y seguir luchando para alcanzarlo, y por otro lado, cuando uno vive lo que enseña no hacen falta tantas palabras.
Para con Dios nos pasa lo mismo. No sirve decirle «Señor, Señor» si por otro lado lo rechazamos, y rechazamos lo que nos dice o no estamos dispuestos a aceptar la dulce carga de su voluntad, porque finalmente él nos juzgará por lo que hicimos, y no por lo que dijimos o pretendimos hacer. En esto todos hacemos un poco de agua, por decirlo así, a todos nos cuesta vivir lo que Jesús nos enseña. Es por eso que la oración debe orientarse más a pedirle la gracia de poder vivir sus enseñanzas.
En Algo del Evangelio de hoy, llegamos al final del Sermón de la Montaña, concluye el discurso que debe entenderse como un todo y que venimos meditando de hace casi tres semanas, pero, al mismo tiempo, hoy también deberíamos decidirnos a empezar a construir nuestra vida sobre estas palabras, a vivirlas, a ponerlas en práctica para poder entrar así en el Reino de los Cielos desde ahora, de eso se trata. Seguramente muchas palabras las vivimos casi naturalmente, otras nos parecieron posibles y otras tantas nos chocaron contra el corazón, como queriendo penetrar, pero finalmente rebotaron porque nunca las habíamos meditado o porque tocaron alguna fibra íntima de nosotros que nos dolió y las esquivamos por miedo.
Podríamos preguntarnos hoy qué es entrar en el Reino de los Cielos, a qué se refiere Jesús con esta expresión. Se refiere a empezar desde hoy, desde ahora en este día y todos los días a vivir como hijos de Dios. Acordate que el Reino de los Cielos puede decirse también Reino de los hijos, Reino de Dios, o sea, reino de un padre que tiene hijos y que quiere que vivan como hermanos, obviamente Jesús se refiere también a nuestra entrada final, a lo que todos llamamos cielo cuando nos toque partir de este mundo y seamos juzgados por el amor que hayamos dado y recibido, pero el Reino de los hijos empezó en la tierra con la llegada del Hijo, de Jesús, y empieza en tu vida y en la mía en la medida que comprendemos y vivimos todas estas palabras que venimos escuchando. Jesús nos advirtió antes que no todos quieren seguir este camino, no todos quieren subir la montaña, ¿te acordás? Pero es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la vida y son pocos lo que lo encuentran. Por eso el desafío al terminar de escuchar estas palabras de Jesús es empezar a construir nuestra vida sobre la roca de lo que escuchamos.
Alguna vez también reflexionamos sobre el tema de la escucha, ¿te acordás? En definitiva, solo escucha en serio, bien quien puede vivir lo que escucha. El que escucha y vive es sensato, el que escucha y no la vive es insensato, es tonto, no piensa, no son los que se llenan la boca hablando de Dios, hablándole a Dios, los que viven como hijos y los que algún día llegarán a estar con él, sino que son los que cumplen la voluntad del Padre que está en el cielo. Eso es lo único que nos debería desvelar día a día, hacer lo que Dios desea de nosotros, lo que Dios desea para todos. ¿No es lo rezamos todos los días en el Padrenuestro? ¿No es lo que pedimos al decir que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo? ¿No significa esto también la tierra de nuestros corazones? No seamos tontos, no seamos cristianos insensatos, no seamos cristianos de la boca para afuera, vivamos la voluntad de Dios manifestada en el Sermón de la Montaña. No hay nada peor que decir y no hacer, es mejor no decir nada. Cuando no se vive lo que se piensa, se piensa como se vive. Cuando no se vive lo que se cree, terminamos creyendo que lo que vivimos es lo mejor. Mejor es creer y callar. Mejor es vivir pensando, vivir creyendo. Dios no nos pide perfeccionismo, sino que nos pide amor, buscar continuamente su voluntad.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
Fuente: Algo del Evangelio