El especialista en apicultura, Ariel Ledesma, que forma parte del equipo de esta entidad, explicó algunos detalles al respecto.
En el monte chaqueño siempre hay lugar para uno más, porque parece que, a la ganadería, podría sumársele la apicultura. En eso trabaja Ariel Ledesma junto a Adriana Gómez, que investigan la viabilidad de un sistema silvo-apícola pastoril (SAP) en el campo experimental del INTA de Ingeniero Francisco Cantos, a sólo 25 kilómetros de la capital santiagueña.
Ya se ha demostrado que se puede criar ganado de pasturas respetuoso del ecosistema, que no deforeste el monte e introduzca buenas prácticas agrícolas. Ahora, en un predio de casi 7000 hectáreas, los especialistas estudian cómo se le puede agregar a ese esquema la producción de miel con especies florales autóctonas.
¿Qué tan viable es? Eso fue a averiguar Bichos de Campo al visitar a Ariel Ledesma, que trabaja desde 2002 en la producción apícola y reconoce que el potencial productivo de los sistemas silvo-apícola pastoriles (SAP) es una gran oportunidad para la provincia.
La respuesta, para Ledesma, es clara. Es muy viable y sencillo de llevar a cabo. Tanto, que los ensayos parecieran demostrar que hay un pacto de no agresión entre abejas y animales para aprovechar el monte chaqueño.
“Estas unidades muestrales nos sirven para demostrar que puede haber cualquier tipo de animal de raza mayor, como vacunos, caballos o mulas, pastando junto a las colmenas. No necesitamos hacer un cerramiento en el área de las colmenas para evitar las picaduras en los animales”, explicó el especialista.
Hasta el momento, han logrado resultados favorables y con muy buenos volúmenes de producción. No es la tradicional miel del monte santiagueño, que es conocida y muy demandada por su pureza, sino un producto que promete mantener la calidad pero le suma una particularidad: es de origen monofloral.
Eso es así porque, además de pasturas megatérmicas, preparadas para climas extremos como el de la región, se trabaja con plantaciones de algarrobo blanco, especie típica del Gran Chaco argentino.
Así, el beneficio es doble. “Nos permite tipificar esa miel de origen y establecer que es exclusiva de algarrobo”, explica, por un lado, Ledesma. Además, se puede aprovechar la madera y el fruto del algarrobo, del cual se obtiene una harina muy demandada por sus características nutricionales.
Pero ojo que no es soplar y hacer botellas. “Todo pasa por las buenas prácticas que se apliquen, la densidad del bosque implantado y de las condiciones propias tanto de genética y el ambiente”, aclara el investigador del INTA. Por lo pronto, lo investigado indica que se puede avanzar en una apicultura que aproveche la calidad de origen y que se hable de una nueva variedad propia de la región.
El año pasado, la provincia de Tucumán fue noticia por convertirse en la primera en obtener el Sello de Identificación Geográfica de su miel de azahar de limón, un producto monofloral que se obtiene a partir del néctar y polen recolectados de las plantaciones de limones. Córdoba hizo lo propio con su miel de Monte Nativo, por iniciativa de la cooperativa de Deán Funes, y Santiago del Estero no quiere quedarse atrás.
La miel de algarrobo no sería la primera variedad monofloral producida en la provincia. Se sumaría a la ya conocida miel de atamisqui, una variedad clara impulsada por la cooperativa Coopsol, y la de quebracho colorado, que es oscura. Parte del trabajo del INTA es promover la aparición de nuevas marcas a partir de especies autóctonas, sobre todo porque fronteras afuera hay un gran mercado por conquistar.
“Casi el 80% de nuestras mieles es directamente exportado hacia el mercado extranjero”, explica el investigador. En ese sentido, cuentan con una ventaja, que es poder vender al mismo tiempo mieles claras, que son primaverales y las demandas Europa; y mieles oscuras, que viajan a Estados Unidos y son más bien veraniegas.
Pero todo ese potencial enorme que tiene la provincia podría estar, una vez más, amenazado por las regulaciones antidumping del Departamento de Comercio (DOC) de Estados Unidos. “Como todavía no se lo puede destrabar, aún no sabemos si este año nos van a comprar o no”, apuntó Ledesma.
Restricciones como estas ponen en aprietos al sector. “No hay una cultura argentina de consumo de miel”, explica Ariel con pertinencia, deslizando que, sin demanda extranjera, la actividad no es viable. “Con los volúmenes que nosotros tenemos es imposible que se pueda producir para el consumo interno”, lamentó.
Son alrededor de 400 los apicultores registrados en Santiago del Estero pero, por fuera, se suman otros tantos. “El universo, incluyendo a los no están registrados, engloba a unos mil productores”, puntualiza Ledesma, que también se ha dedicado a hacer relevamientos en el sector.
Si bien hay una amplia tradición apícola en la región, generalmente es una actividad en la que incurren familias productoras para obtener un ingreso adicional. Por lo tanto, naturalmente, las abejas conviven con el ganado o la producción forestal y lo que demuestran los ensayos del INTA es que un manejo silvo-apícola pastoril no sólo es posible, sino deseable.
“El bosque de Santiago del Estero tiene gran potencial”, destaca el investigador. Lo dice por el amplio abanico de recursos que contiene, pero también por la oportunidad que representa para muchísimos pequeños apicultores atomizados y con poca espalda. Como ya sucede en otras regiones del país, éstos pueden encontrar en los nuevos esquemas una puerta de entrada a grandes producciones ganaderas, al sumar sus colmenas y experiencia.