Por el sacerdote Mario Ramón Tenti.
La inhabitación de Dios (presencia de Dios en la comunidad y en los creyentes en particular) está referida en las Sagradas Escrituras en diferentes escritos. El evangelista San Juan en 14, 23 señala: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a Él y habitaremos en Él”.
Este “habitar” en el discípulo tiene su origen en la comunión intratrinitaria en la que participa por el don del Espíritu: “Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17, 21).
San Pablo subraya el papel del Paráclito: “Conserva lo que se te ha confiado, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros” (2 Tm 1, 14), y evoca para esto, llevándola a plenitud, la imagen veterotestamentaria del templo, lugar de la shekinah: “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?” (1 Co 3, 16; cfr. 1 Co 6, 19).
La presencia de Dios en todos los creyentes está garantizada por la gracia bautismal, y en algunos, como en Mama Antula, de manera más patente y fecunda, por su docilidad a la acción divina.
Al contemplar la vida de Mama Antula observamos esta “presencia” permanente de Dios en su vida, sobre todo en los momentos donde ella experimentó fuertemente el llamado del Señor: cuando decidió a los 15 años hacerse beata y cuando, tras la expulsión de los jesuitas en 1767 inició su misión evangelizadora.
Estos dos momentos fuertes del llamado de Dios, implica como parte de la respuesta dada, un proceso de discernimiento a la luz y con el auxilio del Espíritu Santo. El discernimiento espiritual si bien es un proceso interior tiene una dimensión histórica y eclesial que le dan sentido y lo encarnan en la realidad. Dios siempre habla en la historia y a través de ella. Mama Antula decidió “salir” como misionera: “andar hasta donde Dios no es conocido para hacerle conocer”, debido a la falta de “pasto espiritual” que observaba en los pueblos del virreinato tras la expulsión de los Jesuitas.
Su “inspiración” de salir, como ella lo llama, nace de la acción del Espíritu que le permite observar la necesidad de evangelización de esos pueblos en ese determinado momento de la historia.
El papa Francisco en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium señala: El bien siempre tiende a comunicarse. Toda experiencia auténtica de verdad y de belleza busca por sí misma su expansión, y cualquier persona que viva una profunda liberación adquiere mayor sensibilidad ante las necesidades de los demás.