Al entrar en Cafarnaún, se le acercó un centurión, rogándole: «Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente.» Jesús le dijo: «Yo mismo iré a curarlo.»
Pero el centurión respondió: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: “Ve”, él va, y a otro: “Ven”, él viene; y cuando digo a mi sirviente: “Tienes que hacer esto”, él lo hace.»
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: «Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe. Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos.»
Palabra del Señor
Adviento es tiempo de esperanza, tiempo de levantar la cabeza, de despertarnos, de mirar un poco a nuestro alrededor, de cambiarnos los “anteojos” con los cuáles vemos esta realidad en la que vivimos, de dejar de correr un poco, de sacar el “pie del acelerador”. Es un tiempo lindísimo que tenemos que aprovechar mucho, tenemos que disfrutarlo desde la Palabra de Dios. ¿Viviste alguna vez un adviento escuchando y meditando cada día la Palabra? Es distinto, te lo aseguro, probá hacerlo este año. La Navidad no será igual a las otras. Mi deseo es que podamos vivirlo así. Quiero que juntos podamos día a día “meternos” lentamente en el espíritu de lo que se nos propone.
La esperanza será la virtud fundamental que intentaremos que esté como trasfondo de todo lo que Jesús nos diga durante el adviento. ¡Cuánto necesitamos de la esperanza! Veremos que sin esperanza no somos cristianos enteros y que esta virtud dada por Dios en el bautismo a todos sus hijos y que se reaviva cada día, especialmente en los sacramentos, es una de las virtudes más desgastadas en estos tiempos, más desprestigiada por usar mal la palabra, la menos tenida en cuenta, pero al mismo tiempo más necesaria para todos.
Acordate que tenemos que despertarnos. ¿Pensaste de qué cosas tenemos que despertar? ¿En qué aspectos de nuestras vidas andamos como sonámbulos? Todavía tenemos toda esta semana para rezar y pensar.
Vamos Algo del Evangelio de hoy, que por ser un acto de fe, tan puro y sincero de este hombre pagano, es también un canto a la esperanza. Siempre donde está la fe, está la esperanza. Las personas que realmente tiene fe, son personas que tienen esperanza. No puede haber fe sin esperanza. Eso es algo que iremos descubriendo y aprendiendo. Este centurión, este soldado romano sabía de obediencia y de mando. Sabía que su vida se regía por el obedecer y el mandar y que siempre obedece el que es inferior, el que está por debajo. Diría que la tenía bien clara, porque supo trasladar la misma lógica del mundo a su relación con Jesús. Muy fácil: sí a mí me obedecen mis subalternos ¿cómo no te van a obedecer a vos que sos el Señor de la vida? Una palabra tuya basta para sanar. ¡Qué lindo! ¡Qué acto de fe y esperanza en Jesús! ¡Cómo quisiéramos tener la confianza de este hombre que no busca que Jesús entre en su casa, no se siente digno, solo quiere la sanación de su sirviente! Esa es la fe del que no quiere nada para sí, no busca nada a cambio, solo desea que los demás no sufran. ¿Te diste cuenta de eso? No pide para sí. No pide por un familiar. No pide por un amigo. No pide por trabajo.
No pide para que le vaya bien en un examen. Pide para que otro deje de sufrir. Despertémonos del sueño de la fe en el que vivimos muchas veces. Mientras nosotros sin querer pedimos cosas materiales, mientras nosotros pedimos a Jesús que nos vaya bien en esto en lo otro, mientras “usamos” la oración diaria para quedarnos en paz con nosotros mismos o para no pedir lo realmente necesario… muchas personas “sufren terriblemente” como dice el evangelio de hoy. Mientras yo estoy preocupado porque no pude comprar esto o lo otro, porque mi jefe no es tan bueno como quisiera o porque me chocaron un poco el auto, o porque el ómnibus no frenó, o porque hace calor o hace frío… mientras pasa todo esto, hay miles que necesitan mi oración y mi confianza en Jesús, que con solo una palabra sigue sanando a miles y miles. Los milagros de Jesús se siguen dando, todos los días, en el silencio de la fe, mientras el mundo y nosotros nos seguimos perdiendo lo lindo de la fe.
La ecuación es sencilla, aunque difícil de asimilar. Si aprendemos a pedir por los demás, a pensar en los otros, por los que están peor que nosotros, nuestros problemas y tristezas se minimizan, no porque dejan de existir, sino porque dejan de pesar o le dejamos de dar el peso que le dábamos. Ahora cuando creemos que somos los únicos que tenemos problemas o que los nuestros son los peores, entonces los problemas se agrandan y perdemos la fe, perdemos la esperanza.
Recemos juntos: “Señor, no somos dignos que entres en nuestra casa, somos débiles, pero una palabra tuya bastará para sanar a quien hoy lo necesita más que nosotros” Pensemos, pensemos quien lo necesita más que nosotros.
Fuente: Algo del Evangelio