I Martes de Adviento: Lucas 10, 21-24

I Martes de Adviento: Lucas 10, 21-24

En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.» Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos:

«¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!»

Palabra del Señor

Comentario

¿Podríamos calcular la cantidad de personas que en este mundo viven sin esperanza o ilusionadas con un mundo que nos promete miles de esperanzas falsas? ¡Cuánta gente sufre en definitiva por no tener una verdadera esperanza, o por haberla perdido! ¡Cuántas personas están desilusionadas, desesperanzadas, como sin alma, sin alegría, sin vida interior, aunque estén caminando! ¿Vos sos una de esas personas?, ¿te lo preguntaste alguna vez? ¿Qué es lo que te llevó a perder esa esperanza que antes te mantenía vivo? ¿Qué es lo que te llevó a pensar que es posible decir que tenés fe, pero sin tener esperanza? Es muy triste encontrar personas tristes –valga la redundancia– o personas que dicen estar felices, pero en realidad se embarcaron en una felicidad mundana y pasajera, que al final de cuentas tiene fecha de vencimiento. Es muy triste encontrar amigos, familiares, que tienen caras de desesperanza, o caras de una alegría que en realidad no llena verdaderamente el corazón.

Por eso, para nosotros, es una alegría empezar este día escuchando palabras de esperanza. La esperanza, como se dice, es la hermana mayor de la alegría. Con esperanza siempre hay alegría. De la mano de la alegría verdadera, la que viene de Dios, siempre viene la paz. Por eso, empecemos este adviento pidiendo al Espíritu Santo la alegría de tener verdadera esperanza para poder tener paz. Espíritu Santo danos la verdadera esperanza, la ESPERANZA con mayúscula; la esperanza de creer en la Palabra de Dios, ¡de creer en Jesús!

Por eso caminaremos estos días, hasta el nacimiento de nuestro Salvador, junto a la esperanza. Algo importantísimo que debemos aclarar desde el principio, ¿qué decimos cuando decimos esperanza? Eso trataremos de ir esclareciendo. Según la fe cristiana, la salvación que nos trajo Jesús no es simplemente algo que pasó, allá hace mucho, un hecho del pasado (pensarlo así solo sería un grave error, sería solo historia); sino que, además –esa salvación que se nos ofrece hoy, ahora, concretamente– quiere decir que eso del pasado hoy nos da algo distinto. ¿Y qué nos ofrece? Una esperanza cierta, una esperanza con sustento, o sea, con fundamento, gracias a la cual podemos enfrentar el presente. El pasado se hace presente para el que cree y la fe nos trae el pasado al presente para empujarnos al futuro. Bueno, parece una especie de trabalenguas, pero pensalo. Aunque el presente sea difícil, aunque nos cueste muchísimo, aunque estés pasando un momento difícil, de dolor, de cansancio, de hartazgo por muchas cosas, podemos vivirlo y aceptarlo si tenemos una meta segura, una meta grande que justifique el esfuerzo de caminar.

A veces la palabra esperanza se usa muy mal. La usan hasta los políticos para prometer un país mejor, casi como si fueran salvadores. Nosotros la usamos muchas veces para dar ánimo, para decir que hay que ser optimistas. Eso no está mal, siempre y cuando sepamos lo que decimos; pero si la usamos solo en ese sentido, está vacía de su contenido esencial. Abusamos de una palabra que es bien cristiana, bien nuestra y muy de la Palabra de Dios; hasta el punto de que la palabra esperanza en muchos pasajes es intercambiable con la palabra fe. Es casi como un sinónimo: tener fe es tener esperanza. El que cree espera algo más grande y solo tiene esperanza el que tiene fe. De a poquito vamos a seguir avanzando con esto.

Algo del Evangelio de hoy es una linda invitación a la felicidad, a la alegría que viene de Dios, de lo alto. Jesús se estremece de gozo movido por el Espíritu Santo. Se alegra porque Dios Padre elije a los sencillos, a los humildes, para darse a conocer. Así como Dios eligió el camino de la humildad para estar en el mundo y sigue estando presente humildemente entre nosotros. De la misma manera, hoy no se nos va a «revelar», o sea, no se nos va a mostrar, a manifestar al corazón, si nosotros no recorremos este mismo camino de la humildad, de la pequeñez, de la sencillez.

Si no podemos experimentar el gozo del Espíritu Santo, no es, digamos así, culpa de Dios. El problema es nuestro, que no terminamos de hacer este camino de entrega, de confianza, del no pretender manejarlo todo, incluso nuestras experiencias de Dios. Porque muchas veces somos así, pretendemos tanto que incluso casi que le tenemos que decir a Dios lo que tiene y cómo lo tiene que hacer. Este no es el camino hacia la Navidad, hacia la esperanza, sino todo lo contrario. El Hijo se nos revelará si dejamos que la humildad y sencillez invada nuestras vidas, si dejamos de hacer de la fe en Jesús solo una doctrina o solo un sentimiento –que sería el otro extremo –, si dejamos de pretender una fe a nuestra medida y dejamos a Dios ser Dios, que eso es lo más lindo.

Nosotros hoy podemos ser felices por haber escuchado la Palabra. Miles y miles que andan por ahí no tienen este regalo de poder escuchar algo mejor, algo distinto, algo que dé fuerza para seguir. Intentá hoy compartir esta felicidad, esta esperanza. La Palabra de Dios no puede ser algo que se encierre en lo privado. Tiene que ser algo que se expanda por todos lados, que se «viralice» por más corazones.

¿Sabés qué nos da alegría y esperanza? Alabar a Dios Padre por todo lo que nos da, aunque creas que no tenés nada para alabar. ¡Te alabamos Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque nos hablás y te nos revelás a nosotros, los pequeños, los olvidados de este mundo; que se la cree bastante, pero que en realidad le falta todo. Gracias Padre, porque así lo quisiste.

Fuente: Algo del Evangelio

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