Juan 16, 29-33: VII Lunes de Pascua

Juan 16, 29-33: VII Lunes de Pascua

Los discípulos le dijeron a Jesús: «Por fin hablas claro y sin parábolas. Ahora conocemos que tú lo sabes todo y no hace falta hacerte preguntas. Por eso creemos que tú has salido de Dios.»

Jesús les respondió: « ¿Ahora creen? Se acerca la hora, y ya ha llegado, en que ustedes se dispersarán cada uno por su lado, y me dejarán solo. Pero no, no estoy solo, porque el Padre está conmigo.

Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo.»

Palabra del Señor

Comentario

¡Buen lunes, buen comienzo de semana! ¡Qué bien nos hace empezar esta semana pensando un poco en el cielo! ¿Pensaste alguna vez en el cielo? Ayer celebrábamos la Ascensión del Señor a los cielos, que, entre tantas cosas, nos ayuda a poner la mirada en el cielo. Jesús ascendió al cielo no románticamente, como una imagen para que los discípulos se queden mirando al cielo, sino como demostrándonos su triunfo definitivo sobre la muerte; y por eso el cielo está abierto de par en par. La Vida eterna se nos abrió desde que Jesús llegó a los cielos y triunfó definitivamente. Por eso, pensemos este lunes en el cielo. Hace muy bien pensar en el cielo. Este mundo no quiere hablar del cielo, le encanta hablar del progreso humano, de las cosas que podemos lograr acá, en la tierra. Incluso en la misma Iglesia a veces, tristemente, de lo único que se habla es de la tierra, y nos olvidamos que estamos hechos para el cielo, vos y yo estamos hechos para la Vida eterna. Sí, es verdad, hay que vivir esta vida, hay que disfrutarla, pero ¡cuidado!, no es la definitiva. Y a veces la vida no se disfruta, a veces hay gente que sufre muchísimo y por eso siempre el cielo tiene que ser el ancla que nos mantiene verdaderamente unidos a lo único que, en definitiva, no pasará jamás, que es la Vida eterna que Jesús nos trajo.

Podemos empezar, también en este día, preguntándonos, tomando Algo del Evangelio: ¿cuántos problemas y sufrimientos nos habríamos ahorrado en la vida si nos hubiesen dicho toda la verdad de la vida, o por lo menos ayudado a descubrirla lo antes posible? ¿Cuántos dolores y desilusiones nos habríamos evitado si nos hubiesen dicho que todo no era tan fácil como pensábamos, como nuestra cabecita se lo imaginaba? ¿Cuántos problemas les habrías evitado a tu hijo, a tu hija si no le hubieras pintado la vida como una linda película mientras a vos te costó muchísimo? ¿A cuántos sacerdotes se nos hubiese hecho un poco más fácil la vida sacerdotal si, como decía Benedicto XVI, «se nos diga toda la verdad sobre el sacerdocio, sobre lo difícil también que es y lo lindo, pero no olvidar lo difícil»? Bueno, en realidad, como te decía, no siempre la culpa es del que miente o quiere tapar la verdad o no la dice toda, por amor incluso, sino también del que no se esfuerza por conocer la verdad. Pero la mentira a veces se disfraza de un «supuesto bien» por el otro, pero que a la larga se transforma en un mal, en un obstáculo para seguir, para creer, para tener ánimo y esperanza.

Hay personas que prefieren evitar a toda costa que los otros pasen por algún tipo de sufrimiento. «No quiero que sufra», «no quiero que pase lo mismo que yo», dicen algunos padres. Es entendible, es verdad, ¿pero qué padre o qué madre quiere que sufra alguno de sus hijos? Ninguno. Es verdad. ¿Pero, al mismo tiempo, qué padre o qué madre puede evitar que sus hijos sufran, de alguna manera, en la vida? ¿Qué padre o qué madre no quiere que sus hijos crezcan? El crecimiento es a través, también, del sufrimiento. No estoy hablando de los sufrimientos que provienen a raíz del mal, estos que hay que evitarlos, no hay que «sufrir por sufrir» –aunque no se puede evitarlos totalmente–, sino que me refiero al sufrimiento que proviene de hacer el bien. Como dice la Palabra de Dios: «Es preferible sufrir haciendo el bien que haciendo el mal». Por buscar el bien hay que sufrir, por luchar para alcanzar el bien, la justicia, el amor, la honestidad, la sinceridad, la generosidad, el bien común, la entrega, el dominio de sí mismo, la alegría, la amabilidad, la educación, los pobres –que también merecen nuestro amor– y tantas cosas más. Ese es el sufrimiento que vale la pena, que es imposible esquivar si queremos llegar al cielo y que, además, es necesario. «El que quiere evitar el sufrimiento, no entendió por dónde pasa la vida, no llegó ni siquiera a ser hombre», decía también Benedicto XVI.

Los padres y las madres, los sacerdotes, consagrados que quieren evitarle a sus hijos o a los que tienen a cargo el sacrificio del amor, si piensan así, no están criando hombres y mujeres capaces de amar y de esforzarse para hacerlo, sino hombres y mujeres que no podrán descubrir el lindo gustito de la vida que se entrega por todos.

¿Qué les dijo Jesús a sus amigos antes de partir? ¿Qué les dijo? ¿«Tranquilos, todo va a estar bien. No se preocupen, que les irá siempre bien. Serán exitosos siempre, todos los van a querer. No van a sufrir. Lo más importante es la salud del cuerpo. El que me ame no sufrirá nada, tendrá salud y trabajo siempre asegurado»? ¿Qué les dijo? ¿Les dijo eso? Es interesante ver que ante la afirmación muy segura de los discípulos de que creían, Jesús no se calla dos verdades que no son muy divertidas: «Me dejarán solo… y tendrán que sufrir», «me dejarán solo… y tendrán que sufrir». ¡Qué mala noticia nos das, Jesús! ¿Cómo vas a decir eso?

Sin embargo, Jesús nos dijo la verdad. ¿Nos gusta que nos digan la verdad? ¿Nos gusta que Jesús nos diga la verdad de nuestra vida? ¿Te gusta decirles la verdad a los demás o se la disfrazás? Jesús les anticipa y nos anticipa que cuando nos creemos que la tenemos clara, no nos olvidemos que somos capaces de dejarlo en menos de un minuto. Cuando el dolor y el sufrimiento se presentan en nuestra vida, somos capaces de abandonar a Jesús, de abandonar la fe por cualquier cosa. ¿Cuánta gente abandona a Jesús cuando se presenta la dificultad? ¿Y cuánta gente lo abraza en la dificultad? ¿Cuántas veces hemos dejado a Jesús solo por miedo, por vergüenza, por el qué dirán, por temor? Jesús nos anticipa que en la vida sufriremos, por culpa de otros y también por culpa nuestra.

¿Tenemos que evitar el sufrimiento? Sí, el que no vale la pena, el que proviene del mal nuestro y ajeno. ¿Tenemos que esquivar los sufrimientos de la vida? No, la verdad que no. Sufrir por el bien es necesario e inevitable y nos hace bien, aunque cueste decirlo. El que sufre por amor es feliz, aunque parezca mentira. El que sabe sufrir tanto lo que nos toca así, de yapa, de arriba, como se dice –no de arriba porque lo mande Dios, sino porque toca y así pasa, como el elegido, como el sufrimiento elegido–; ese, el que sabe sufrir, sabe vivir. Vive distinto, transforma todo en oportunidad para amar. Jesús no nos mintió, prefirió la verdad. ¿Vos qué preferís?

Fuente: Algo del Evangelio

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