Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo.» Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre.»
Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Palabra del Señor
Comentario
Hay algo que creo que todos experimentamos en la vida, y cada vez lo compruebo más, y es que… las grandes novedades, las grandes alegrías, los grandes regalos, consuelos de Dios y de los demás, los percibimos muchas veces “caminando”. Quiero decir avanzando, moviéndonos, no estando quietos, sino buscando, sabiendo que en la medida que salimos de nosotros mismos, todo se pone más lindo. Caminar como imagen de la vida, salir de nuestros lugares de tranquilidad y encierro, para encontrarnos con otros, para “meternos” en el corazón otros, que nuestro amor se meta en el corazón de otros, y el de ellos en nosotros, para dejarnos encontrar por otros, es lo que finalmente nos hace vivir mejor. Si alguna vez hiciste una peregrinación, especialmente a pie, te darás cuenta de lo que te digo. Por eso te propongo llevar esta imagen de la peregrinación levarla al corazón.
Hoy es la fiesta de la patrona de la Argentina, de la virgencita de Luján, la fiesta de esa virgencita que estaba “peregrinando” hacia el norte, pero quiso quedarse en Luján, a unos 70 km. de la capital de nuestro país, para que hacia allí vayan miles y miles de corazones saliendo de sí mismos y se encuentren con María, Jesús y los demás. Esa es la dinámica del ser cristiano, el encontrarse con Dios para encontrase con los demás. Para eso se quedó la Virgen, para eso fue caminando hasta la Cruz, hasta el final, para encontrarse con su Hijo y nosotros nos encontremos con Él. Para enseñarnos a salir, a caminar, a caminar con el corazón, aunque a veces no podamos caminar con nuestras piernas. Porque solo caminando encontramos la Vida en abundancia de la que hablaba el e ayer… ¿Te acordás? Nos decía Jesús: “Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento (…) Yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia.» Él es puerta y el Pastor. Entramos al corral para estar con Él y con otros, pero podemos y tenemos que entrar y salir, para encontrar los buenos alimentos de la vida tanto adentro como afuera, que son: nuestros afectos, los más olvidados, tu comunidad, los abandonados, los despreciados, los abuelitos, los enfermos.
Nuestra Madre, la virgencita, es maestra en esto, es modelo, nos enseña que ese es el camino, caminar. Desde que le anunciaron que sería la mamá de Jesús salió a caminar, salió de sí misma para encontrarse con su prima. Caminó hasta que pudo, hasta el final. Lo acompañó a Jesús hasta el final, y aunque al pie de la cruz estaba quieta, su corazón estaba en movimiento, roto de dolor, pero en movimiento junto al de Jesús. Ayer pude experimentar una vez más eso de que “caminando” es cuando recibimos las mejores alegrías. Durante la procesión por las calles del barrio, mientras todos caminábamos rezando, o rezábamos caminando, pasaron muchas cosas lindas que serían imposibles de contar, pero me quedo con una, porque fue la mejor descripción, en versión criolla, de lo que creo que significa unos de nuestros mandamientos más lindos: “Santificar las fiestas” En realidad, fue así. Alguien me estaba contando lo bien que le estaba haciendo ser fiel a la voz de Jesús en su corazón, desde que se había convertido, o había vuelto a la Iglesia, ser fiel a esto de no quedarse, sino de pensar más en los demás. Me contó algo familiar muy lindo. Algo así: “Me levanté un domingo a la mañana, temprano, y puse música para arrancar, puse unos lindos chamamés. Cuando mi hija se levantó, la más grande, la agarré y nos pusimos a bailar, aunque ella al principio un poco dormida no quería. A partir de ahí todo cambió, me cambió el día. La familia entera se puso a picar verdura, de todo un poco, y nos preparamos dos ollas de locro, empezamos a mandar mensajes a todo el mundo para que vengan a comer, y sin tomar bebidas de más, pasamos un día espectacular. Al otro día a pesar del cansancio me levanté a trabajar lleno de fuerzas.” Un poco resumido, pero algo así.
Después de esto, sin necesidad de relacionarlo, la misma persona me preguntó qué significaba nuestro tercer mandamiento: “Santificar las fiestas” Me pareció tan gráfico y lindo el relato, que no me quedó otra que decirle: “Lo que me acabás de contar, junto con la Misa, es santificar las fiestas”. Santificar las fiestas no es solo ir a misa el domingo, sino hacer del domingo una fiesta, hacer sagrado lo que parece cotidiano y sin valor. De nada sirve celebrar hoy por ejemplo el día de la Virgen, si después no hacemos sagradas nuestras relaciones. Este hombre, sin darse cuenta, me describió una misa sin sacerdote, una misa familiar. Escuchó… escuchó música. Se encontró con sus afectos, prepararon la comida juntos, abrieron las puertas a los demás para hacer más hermanos y comieron juntos. ¿Te das cuenta de que eso es la Misa? ¿Te das cuenta de que Jesús quiso quedarse por medio de una comida para que también aprendamos hacer sagrado lo cotidiano? ¿Te das cuenta de que santificar las fiestas no es eso de “cumplir” con un rito o con un precepto?
¿Qué papel juega María en todo esto? Y bueno, muy difícil no es, ¿no? Imaginá una comida familiar sin mamá. Imaginemos una vida sin madres, sin su presencia. No es posible imaginar una Iglesia sin María. No es posible imaginar una fe sin la mamá. Es imposible que María no haya estado con Jesús hasta el final. No es posible un país sin María. No es posible tu vida sin María. Aprendamos de ella y encontremos lindas sorpresas de Jesús, mientras caminamos, pero hagamos como el discípulo amado, recibámosla en nuestro corazón y en nuestra casa.
Fuente: Algo del Evangelio