Juan 21, 20-25: VII Sábado de Pascua

Juan 21, 20-25: VII Sábado de Pascua

Pedro, volviéndose, vio que lo seguía el discípulo al que Jesús amaba, el mismo que durante la Cena se había reclinado sobre Jesús y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?»

Cuando Pedro lo vio, preguntó a Jesús: «Señor, ¿y qué será de este?»

Jesús le respondió: «Si yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué importa? Tú sígueme.»

Entonces se divulgó entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría, pero Jesús no había dicho a Pedro: «El no morirá», sino: «Si yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué te importa?»

Este mismo discípulo es el que da testimonio de estas cosas y el que las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero.

Jesús hizo también muchas otras cosas. Si se las relata detalladamente, pienso que no bastaría todo el mundo para contener los libros que se escribirían.

Palabra del Señor

Comentario

Ya a las puertas de la fiesta de Pentecostés, con la cual terminaremos este tiempo pascual, este gran tiempo de 50 días, en el cual hemos intentado –por medio de la Palabra de Dios, de los relatos de las apariciones de Jesús Resucitado y de la mano del Evangelio de san Juan– experimentar en nosotros y en nuestra vida concreta de fe la presencia de Jesús que está vivo, que está resucitado, para poder decirnos sin miedo: «SÍ, es verdad, es verdad lo que leemos. Es verdad, es verdad lo que creemos». Jesús sigue haciéndose presente en nuestras vidas, en la vida de miles de personas que creen en él a lo largo y a lo ancho de todo este bendito mundo. Es verdad, aunque todo parezca que está «patas para arriba», aunque el mundo se empeñe por negar lo más evidente, aunque en el mundo se mate y se intente legalizar matar a inocentes, aunque siga habiendo guerras, injusticias, maldades, aunque incluso dentro de la misma Iglesia haya voces disonantes; sea lo que sea, Jesús está y estará siempre con nosotros.

Por eso, hoy te propongo que demos gracias por estas semanas de Pascua, en donde recibimos tantos frutos. Demos gracias al Señor porque nos eligió, demos gracias porque nos da la fe, demos gracias porque nos dio la vida y porque dio la vida por nosotros y pidámosle que siga completando la obra que él mismo comenzó y que podamos recibir en el día de Pentecostés una nueva gracia de nacer de lo alto recibiendo el don del Espíritu Santo –que ya lo tenemos, pero hay que reavivarlo–; que podamos decir con verdad: «Jesús está vivo y presente en mi vida, y eso me llena de alegría».

No desaprovechemos este día, esta oportunidad de agradecer, porque conocer a Jesús da todo y no quita nada, seguirlo da todo y no quita nada. Aunque muchas veces nos cueste «sudor y lágrimas», como se dice, siempre es mejor seguir al Señor que andar perdido en este mundo y caminar a la deriva pensando que somos nosotros los artífices de nuestra propia felicidad. No se puede seguir igual cuando se experimentó realmente la presencia del Señor en nuestras vidas, es imposible. Y si no hubo cambio y si no lo hay, es porque, en realidad, todavía no hay un encuentro real.

Es lindo en este día, además de agradecer este tiempo de Pascua, que nos preguntemos si nosotros nos encontramos realmente con Jesús alguna vez en nuestra vida. No solo si nos decimos cristianos, si estamos o no bautizados, o tenemos una idea de él, sino si realmente experimentamos un cambio en nosotros, si deseamos estar con él todos los días de nuestra vida, si le damos el tiempo que se merece alegrándonos con el bien que nos hace. Lo importante es eso; en definitiva, ahí se centra el núcleo de nuestra fe. Para eso se escribieron los evangelios, para que vos y yo creamos, para que nos enamoremos de esa Persona que es Jesús, para que podamos seguirlo y tengamos ganas de que otros lo conozcan, sin importarnos cómo van caminando los otros, sino lo importante es cómo estamos caminando vos y yo.

Algo del Evangelio de hoy creo que nos orienta en este sentido. «¿Qué te importa?», le dijo Jesús a Pedro ante su pregunta «Señor, ¿y qué será de este?», refiriéndose al discípulo amado. Creo yo que, como diciendo: «Preocúpate por tu camino, de lo demás me ocupo yo». Jesús le había anticipado cómo moriría y Pedro se empezó a «meter» en la vida de los otros, seguro que, con muy buena intención, por amor. Sin embargo, Jesús es claro: «¿Qué te importa?». Muchas veces en la fe perdemos el tiempo por meternos en lo que no nos tenemos que meter. Demasiado trabajo tenemos con nosotros mismos como para andar indagando sobre la vida de los demás. Imagínate si invirtiéramos todo el esfuerzo –que muchas veces invertimos en cuestionar, averiguar, preguntar, chusmear, curiosear y tantas cosas más– en preocuparnos por amar y seguir más a Jesús. ¡Nos haría tanto bien! Es tan difícil a veces ocuparse por lo justo y necesario, pero tenemos que aprender.

El Evangelio de Juan termina enseñándonos esto: que muchas veces no hace falta más ni pretender más, sino saborear bien lo que hay. Dice –también la Palabra– que hubo muchísimas cosas más que hizo Jesús, que no alcanzarían los libros del mundo para contenerlas. Sin embargo, escribió esas, las suficientes, las necesarias para creer y seguirlo. ¿Para qué más? ¿Qué nos importa lo otro? Es lindo aprender de la sencillez de Jesús y de los evangelios. Pedro también tuvo que aprender a ser sencillo, a conformarse con lo suyo y no saber tanto de la vida de los otros. ¿Será que a nosotros también nos hace falta eso?

Terminemos esta semana alegrándonos con tantos dones recibidos y no pretendiendo más de lo que nuestro corazón hoy puede necesitar, solo él sabe lo que realmente necesitamos.

Fuente: Algo del Evangelio

Compartir