Los sucesos previos al día que cambió la historia argentina, por José Olivieri, miembro correspondiente del Instituto Nacional Sanmartiniano.
Luego de la reconquista de Buenos Aires en las Invasiones Británicas de 1806 y 1807, el pensamiento que rondaba el espíritu de los criollos de tener una patria propia comenzaba a hacerse realidad.
El haber derrotado a la flota naval más importante del mundo de ese momento, que había transportado a las tropas más experimentadas, disciplinadas y mejor armadas, terminó de encender la mecha de aquella ilusión. Enfrentarlos con lo que tenían y conseguir la victoria sobre aquellos aguerridos europeos incentivó la idea de comenzar a pelear por el fin del sometimiento realista.
A eso se sumó el hecho de que, el 13 de mayo de 1810, llegó al puerto de Buenos Aires un buque proveniente de España que entre sus encomiendas traía los diarios que informaban sobre la invasión napoleónica a aquel país hispano y la deposición en mayo de 1809 del rey Fernando VII, que fue enviado a Francia en condición de prisionero. El virrey Baltasar Cisneros ordenó incautar todos los ejemplares, pero no se sabe (ni se sabrá) cómo varios de esos diarios llegaron a manos de los criollos que venían elaborando, en forma encubierta, la idea independentista que afloraba en sus espíritus.
El 18 de mayo, Juan José Castelli y su grupo propusieron llevar a cabo un Cabildo Abierto. Se sorprendieron al ver a Cornelio Saavedra reclamar con vehemencia la deposición del virrey por la fuerza y terminar con el asunto, pero prevaleció el voto de un Cabildo Abierto. Le encargaron a Saavedra y a Belgrano que hablaran con el alcalde Juan José Lezica, y a Castelli, que se contactara con el procurador Julián de Leyva para que informara a Cisneros sobre la idea de un Cabildo Abierto con la autorización de él o no.
Enterado de esas ideas, Cisneros mandó a llamar al jefe del regimiento de Patricios, el más importante de Buenos Aires, y pidió su apoyo. Pero Saavedra le respondió: “… Hoy, todos los territorios de la España están dominados por los franceses. No, señor, no queremos seguir su suerte ni ser dominados por el conquistador Bonaparte. Hemos decidido asumir nuestros derechos. El rey que a usted le dio autoridad ya no existe; por consiguiente, usted tampoco la tiene. Así que no cuente con las fuerzas de mi mando para sostenerse en el gobierno”.
Más tarde, Juan José Castelli y Martín Rodríguez se reunieron con Cisneros en su despacho, donde se encontraba jugando a los naipes con un ayudante. El primero le dijo: “Excelentísimo señor, venimos en nombre del pueblo y del ejército, que están en armas, a intimar su cesación en el mando del virreinato”. “¿Qué atrevimiento es este? ¿Cómo se atropella así a la persona que representa al rey?” respondió Cisneros mientras levantaba la vista y dejaba las cartas sobre el escritorio. Por su parte, Rodríguez le informó: “Señor, cinco minutos es el plazo que nos han dado para volver con su repuesta”. Resignado, Cisneros concluyó: “Señores, mucho siento los males que van a venir sobre este pueblo de resultas de este paso, pero puesto que no me quiere y el ejército me abandona, hagan ustedes lo que deban hacer”. Castelli y Rodríguez le informaron entonces que el día 22 de mayo se llevaría a cabo el Cabildo Abierto.
El 21 de mayo, el Cabildo, que todavía tenía autoridad y por ende tomaba las decisiones y estaba integrado por los españoles ricos, hizo preparar cuatrocientas invitaciones y repartirlas entre los principales vecinos, comerciantes y autoridades, que casi en su totalidad eran adherentes al régimen monárquico. Pero Agustín Donado, encargado de la impresión de tales invitaciones y amigo personal de Domingo French y Antonio Beruti, hizo imprimir muchas más, que fueron repartidas entre los criollos.
La Legión Infernal (las fuerzas de choque que comandaban French y Beruti) controló la muchedumbre que se iba acercando al cabildo y les ponían cintas (que según las distintas teorías eran blancas, celestes o rojas) para identificar a los concurrentes que no eran los infiltrados enviados por los realistas. De los cuatrocientos invitados concurrieron solo doscientos veinte; los criollos los duplicaron.
El obispo Benito Lué y Riega, el fiscal Manuel Villota y Sefardí Martínez de Hoz afirmaban que Buenos Aires no tenía derecho a tomar decisiones unilaterales y que todo americano le debía obediencia al rey. Juan José Paso replicó que la situación en Europa ponía en peligro nuestros territorios pues, estando España en manos de Napoleón ¿quién aseguraba que éste no quisiera también invadir las colonias americanas?
El día 24, ante la indecisión de los presentes sobre si dejar o no al virrey, Manuel Belgrano exclamó: “¡Juro a la Patria y a mis compañeros que, si a las tres de la tarde del día de mañana el virrey no ha renunciado, lo arrojaré por la ventana de la fortaleza!”.
No fue nada fácil llegar al glorioso día del 25 de mayo. Muchas situaciones como estas tuvieron que afrontar aquellos hombres de la revolución, que contaban con el único propósito de pertenecer a una Patria propia, libre, justa y soberana. Esa jornada histórica fue el puntapié inicial de lo que ocurriría el 9 de julio de 1816.