Brilló en la televisión y en el cine, pero se consideraba un hombre de teatro. Interpretó a los clásicos y tuvo su pico de fama en los 70, con su papel televisivo en Malevo y su notable encarnación de Juan Moreira en la película de Leonardo Favio.
El actor y director Rodolfo Bebán, quien desde hace algunos años se encontraba internado en un geriátrico, falleció este sábado a sus 84 años. Desde las redes de la Asociación Argentina de Actores expresaron: “Con gran dolor despedimos al actor y director. Su extensa trayectoria artística incluye inolvidables trabajos en cine, teatro y televisión. Afiliado a nuestro sindicato desde 1962. Acompañamos a sus hijos, familiares y seres queridos en este duro momento”.
Nada menos que el legendario director y cantante Leonardo Favio declaró alguna vez que Rodolfo Bebán había sido “la mejor arcilla que tuvo en sus manos”, y señaló que buena parte de su éxito en la soberbia composición de Juan Moreira había residido en una curiosa fuente de inspiración: Toshirō Mifune en las películas de samuráis de Akira Kurosawa.
Su trayectoria fue sumamente ecléctica y sus trabajos lo pasearon por todas aquellas disciplinas en las que cualquier intérprete desearía desempeñarse: el teatro, el cine, la televisión. Su verdadero apellido era Tilli, pero adoptó el mismo que usó su padre –también actor– Miguel Bebán, a quien solía llamar formalmente por su nombre de pila. Bastante conocida es aquella anécdota en la que su progenitor le preguntaba casi a modo de chicana: “¿Qué merito hiciste vos para llamarte Bebán?”. Y él respondía: “Nada”. A pesar de un vínculo difícil, con su padre en el rol de director realizaría una de sus actuaciones más destacadas en Diario de un loco (inspirada en el famoso cuento de Nikolai Gógol).
Bebán se inició en teatro de repertorio en 1955 con el director Pedro Escudero en Música en la noche. Podría decirse que su carrera empezó casi como una travesura adolescente, cuando con un amigo leyeron un cartel en el Teatro Municipal de Morón que anunciaba: “Se necesitan extras para Fuenteovejuna”. Primero fue extra y luego consiguió el protagónico en el nuevo proyecto. Sin embargo, recién obtuvo el reconocimiento masivo de la mano de la autora Nené Cascallar, quien en los años ’60 lo eligió para encarnar a uno de los galanes de la serie El amor tiene cara de mujer, como la histórica pareja televisiva de los personajes interpretados por Bárbara Mujica y Thelma Biral. La telenovela se mantuvo al aire de manera consecutiva desde 1964 hasta 1971 y por allí pasaron figuras de la talla de Norma Aleandro, Arnaldo André, Federico Luppi, Ana María Picchio, Sergio Renán, entre muchas otras.
En ese mismo período actuó como Romeo en la versión televisiva de Romeo y Julieta de William Shakespeare, con dirección de María Herminia Avellaneda y Evangelina Salazar en el papel de Julieta. Del Bardo también interpretó Hamlet (dirigido por Rodolfo Graziano) y Otelo. Y en 1978 encaró otro clásico británico, esta vez creado por la gran Emily Brontë: junto a Fernanda Mistral y Alicia Bruzzo protagonizó la miniserie Cumbres Borrascosas. Entre sus actuaciones más recordadas para la pantalla chica también figuran Malevo (1972), Muñeca (1973), El Gato (1976) y Nazareno Reyes (1984).
En el escenario Bebán se destacó, sobre todo, por su oficio de comediante. Formó parte de la Comedia Nacional del Teatro Cervantes y durante los años ’60 y ’70 participó en proyectos junto a grandes nombres de la época: Las Amorosas con Susana Campos, Fernanda Mistral, Lydia Lamaison, Adrianita y Norberto Suárez; La extraña pareja con Palito Ortega; Vivamos un sueño junto a Claudia Lapacó; Las mariposas son libres, con Ana María Campoy, China Zorrilla, Gabriela Gili y una joven Susana Giménez; Lorenzaccio, de Alfred de Musset junto a Alfredo Alcón; una versión teatral de Atrapado sin salida con Fernanda Mistral y Carlos Carella; y El Sable, de Pacho O’Donnell, que retomaba la controvertida figura de Juan Manuel de Rosas. El autor de esta última pieza lo recordó ayer: El sable fue estrenada en el Teatro Payró en el 2004. Conocí entonces a Rodolfo Bebán , un enorme actor y maravillosa persona, dueño de una exquisita cultura y de una notable lealtad con sus convicciones. Se esforzó por ser un buen actor y a ello le dedicó talento y constancia, pero siempre le rehuyó a la fama y a la exhibición farandulesca, celoso custodio de su intimidad intachable. Aprendí a quererlo y a admirarlo».
En la gran pantalla Bebán protagonizó películas como Del brazo y por la calle (1966, de Enrique Carreras junto a Evangelina Salazar), Las pirañas (1967, de Luis García Berlanga), Los muchachos de antes no usaban gomina (1969, de Enrique Carreras) y Juan Manuel de Rosas (1972, de Manuel Antín), en la que una vez más le dio vida al caudillo. Sin embargo, la gran consagración en cine fue de la mano del protagónico en Juan Moreira (1973, de Leonardo Favio), aquella para la que se había inspirado en los samuráis de Kurosawa y por la que obtuvo el reconocimiento tanto del público como de la crítica especializada. El film se erigió como uno de los más taquilleros en la historia argentina y Bebán confesó alguna vez que Favio jamás hubiera reparado en él si no lo hubiese visto en la tele.
El oficio no sólo le dio prestigio y popularidad sino también amores importantes, más allá de los rumores frecuentes que lo asociaban a figuras con las que compartía escenas en la ficción. Bebán estuvo en pareja con la modelo Liz Amaral Paz, con quien tuvo a su hija Dolores. Años después se casó con la actriz Claudia Lapacó, con quien tuvo a sus hijos Rodrigo y Diego. Y más tarde se puso en pareja con otra actriz célebre de la época, Gabriela Gili, con quien tuvo a sus hijos Facundo, Daniela y Pedro. La convivencia duró 17 años, hasta la temprana muerte de Gili en 1991 con tan sólo 46 años. La última convivencia que se conoció públicamente fue con la actriz Adriana Castro –25 años menor que él– y finalizó en 1995.
Bebán fue un actor prestigioso pero en el momento de su pico de fama quizás sufrió lo que muchos actores de bello rostro y gran porte deben padecer en algún momento de sus carreras: la popularidad con niveles de masividad inmanejables, el asedio permanente de lxs fans y ese derecho sobre el ídolo que muchos se arrogan de manera un tanto despótica. El actor resignó momentos de paternidad y tranquilidad cotidiana por esa efervescencia, dejó de hacer cosas que le gustaban mucho como bailar tango o presentarse en torneos de esgrima. Con el reconocimiento había llegado también esa deshumanización a la que suelen exponerse las estrellas (y, en particular, los galanes): había dejado de ser Rodolfo Bebán y se había convertido en “el tipo de la telenovela”. Pero –se sabe– ese suele ser el precio de la fama.
El actor solía definirse como un tímido (de ahí su reticencia a los medios y a la situación de entrevista, quizás como una secuela de aquellos padecimientos en su juventud), identificaba al teatro como su gran amor y extrañaba la programación televisiva de su época. Por eso, tal vez, ante varias ofertas para TV en el final de su carrera dijo simplemente “no”. Argentina suele disfrutar de las contiendas binarias (River/Boca, peronismo/radicalismo, Soda Stereo/Los Redondos) y Bebán no quedó exento de eso: desde su trabajo en Lorenzaccio corrían rumores de cierta rivalidad con Alfredo Alcón, que él mismo se ocupó de desmentir. Cuando murió su colega, Bebán dijo que los actores habían perdido un hermoso espejo donde mirarse. Ahora han perdido otro.
Fuente: Pagina 12