Juan 6, 16-21: II Sábado de Pascua

Juan 6, 16-21: II Sábado de Pascua

Al atardecer, sus discípulos bajaron a la orilla del mar y se embarcaron, para dirigirse a Cafarnaún, que está en la otra orilla. Ya era de noche y Jesús aún no se había reunido con ellos. El mar estaba agitado, porque soplaba un fuerte viento.

Cuando habían remado unos cinco kilómetros, vieron a Jesús acercarse a la barca caminando sobre el agua, y tuvieron miedo. El les dijo: «Soy yo, no teman.»

Ellos quisieron subirlo a la barca, pero esta tocó tierra en seguida en el lugar adonde iban.

Palabra del Señor

Comentario

¡Buen día, buen sábado! Un sábado más que nos regala el Señor para seguir escuchando su Palabra, para buscar comprenderla, meditarla, contemplarla y, finalmente, para vivirla. Porque, en definitiva, si no vivimos la Palabra de Dios, si solamente es un texto para leer, para disfrutar un momento y no llevarlo a la vida, la Palabra se queda muerta. «La palabra es viva y eficaz». La Palabra no es letra muerta si la encarnamos en nuestra propia vida. Por eso, cada uno de nosotros, vos y yo, puede transformarse en una palabra viva que camine por este mundo, en una palabra, que le diga algo a este mundo, que vive a veces como en tinieblas, como si Dios no estuviera, o que, finalmente, no se da cuenta de la riqueza que se pierde. Por eso, cada cristiano, cada persona que escucha la Palabra de Dios movido por el Espíritu y dejando que el Espíritu toque su corazón y lo guíe, puede transformarse en una linda Palabra de Dios para los otros. ¡No te lo olvides!, ¡no lo olvides nunca! Por supuesto que esto no es automático, por supuesto que no es que lo vamos a lograr de un día para el otro, sino que es a fuerza de escuchar, proponerse diferentes cosas, sacar conclusiones de lo que leemos y escuchamos y tratar de vivirlo, tratar de pedirle la fuerza al Señor para que nos ayude.

Seguimos en este tiempo pascual, terminando la segunda semana de Pascua, segunda semana en la que continuamos tratando de experimentar y de reconocer la presencia viva y resucitada de Jesús en nuestras vidas. Y hoy escuchamos en Algo del Evangelio un texto cortito pero sustancioso, un texto que los otros evangelios también (algunos) lo traen, pero que Juan lo cuenta de un modo distinto y que nos ayuda también a, de algún modo, entender cómo está presente Jesús en nuestra vida o cómo a veces no terminamos de verlo y qué es lo que hace cuando nosotros nos embarcamos.

Primera imagen: Dice que «los discípulos se embarcaron», o sea, subieron a ese transporte que usaban en ese tiempo –ellos que eran algunos pescadores– y quieren cruzarse a la otra orilla. Por eso la barca es símbolo de la Iglesia, símbolo de esta comunidad que Dios nos regaló, de la comunidad de millones de hijos de Dios iluminados por el Espíritu Santo y con la cabeza y el capitán en la tierra, que es el papa. Andamos por el mar de este mundo buscando nuestro rumbo, el rumbo de llegar a la Vida eterna, de llegar a la otra orilla. Por eso, la barca también es símbolo de nuestra propia vida. Nosotros andamos embarcados o tenemos que embarcarnos en una misión. Tenemos una misión. Jesús resucitado no está en nuestras vidas solamente para consolarnos a nosotros, sino que quiere que también aprendamos a llevar ese consuelo y esa paz a los demás.

Bueno, ¿en qué estás embarcado?, ¿en qué te embarcarte y no sabes para dónde vas?, ¿tenés un rumbo claro?, ¿sabés dónde está la otra orilla o te estás dejando llevar por el viento de este mundo que nos lleva para cualquier lado? Eso es lo primero que te propongo y me propongo que nos preguntemos. ¿Estamos dejándonos llevar por la barca de la Iglesia? ¿Escuchamos la voz de Jesús en la Iglesia?

Lo segundo es esto, ¿no?: que «el mar estaba agitado», dice el texto, o sea, el mundo está agitado. Todo a nuestro alrededor parece a veces que está agitado. El viento de las modas, de las culturas que van en contra de nuestros pensamientos, del Evangelio, nos quieren agitar y llevar para cualquier lado. Quieren, en definitiva, que nos desviemos del rumbo. Quieren que no confiemos en la presencia de Jesús, que siempre está al lado nuestro y que camina sobre el mar de este mundo. Está más allá, está más allá y nos acompaña.

Bueno, ¿qué es lo que nos está agitando?, ¿por qué te estás dejando agitar?, ¿por qué no te confías en que la barca va rumbo a la otra orilla dirigida, en definitiva, por Jesús?, ¿por qué perdemos la paz tan rápidamente a veces?, ¿por qué no nos damos cuenta que Jesús, en el fondo, sostiene nuestra vida?

Y acá entramos en lo tercero, y por eso tiene que ver también con lo segundo, que es que Jesús se acerca a nuestra barca porque va caminando por encima del mundo, va caminando sobre el agua. ¿Por qué tenemos miedo? Porque, en definitiva, no nos damos cuenta que Jesús está. Pensamos –como dice otros evangelios– que es un fantasma. Los discípulos tuvieron miedo porque no se dan cuenta que era Jesús.

Bueno, cuando estamos tristes, cuando nos dejamos llevar por los vientos de este mundo, cuando pensamos que todo se va a hundir, es porque, en el fondo, no confiamos en su presencia. Y es ahí donde Jesús nos quiere decir al corazón, una vez más: «Soy yo, no teman. Soy yo, no temas. ¿Qué te pasa? Date cuenta que estoy a tu lado, date cuenta que, si dejas el timón en mis manos, todo va a ser mucho mejor, todo va a llegar a buen puerto».

Sigamos navegando por las aguas turbulentas de este mundo, confiando en que tenemos una misión y que es Jesús el que nos guía y que es Jesús el que nos empuja y nos anima a salir adelante. Nosotros, como los discípulos, a veces queremos subir a la barca a Jesús. Sin embargo, él sigue caminando por las aguas de este mundo y nos acompaña para que confiemos en él, para que nos dejemos guiar por su amor.

Fuente: Algo del Evangelio

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