Lucas 4, 24-30: III Lunes de Cuaresma

Lucas 4, 24-30: III Lunes de Cuaresma

Cuando Jesús llegó a Nazaret, dijo a la multitud en la sinagoga:

«Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón.

También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio.»

Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.

Palabra del Señor

Comentario

«Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio». Buen lunes, buen comienzo de semana. ¡A levantarse! A tener cada día más deseos de escuchar las infinitas enseñanzas que tiene la Palabra de Dios, para transformar nuestro corazón, que si no lo transforma, es porque no estamos escuchando bien. Por eso quise retomar el Evangelio de ayer: «Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio». Saquemos las cosas de nuestro corazón que nos impiden tener con Dios una relación de hijos en libertad o, mejor dicho, dejemos que en esta semana Jesús expulse de nuestra vida –como lo hizo en el templo en aquel tiempo– todas las cosas que hacen de nuestra relación con él un comercio.

Me gustaría que profundicemos juntos, en estos días, el gesto y las palabras de Jesús al expulsar a los vendedores del templo en el Evangelio de ayer. No es una escena más, no es un simple enojo de Jesús, no es una catequesis para «aprender a enojarse bien» o para justificar –como hacen algunos– nuestros enojos, como a algunos les gusta interpretarla.

Hoy podríamos decir que la casa del Padre de Jesús somos nosotros mismos, la Iglesia, porque el templo de Dios ya no es únicamente el templo que construye una comunidad cristiana y que necesitamos tanto como referencia de su presencia, sino que, viéndolo más profundamente, el templo que se convierte en un comercio puede ser nuestro propio corazón.

Una vez alguien me escribía algo así: «¿Por qué, si la Palabra del Señor es bien clara, se hacen ventas dentro de las Iglesias?» El gesto de Jesús no se refiere al hecho de poder vender o no cosas dentro del templo o cerca de él, aunque obviamente debemos reconocer que hay muchos abusos –y no es lindo cuando pasa eso–, ya que en muchos lugares de nuestro mundo católico hay templos que, más que templos, parecen negocios de «merchandising» religioso. Pero ese es otro tema. Jesús expulsa a los vendedores que lucraban con la necesidad espiritual de la gente, especialmente la de los pobres, y, entre otras cosas, para enseñarnos a nosotros mismos a que evitemos relacionarnos con nuestro Padre con actitud de comerciantes. Desde que vino Jesús al mundo, a nuestras vidas, eso ya no es necesario. Vamos a continuar con este tema.

Desde Algo del Evangelio de hoy nos pueden surgir algunas preguntas que muchas veces no nos ponemos a analizar en profundidad y tienen que ver con lo que le pasó al mismísimo Jesús, en carne propia, al rechazo de sus más cercanos y conocidos: ¿Por qué ningún profeta es bien recibido en su tierra?, ¿por qué Jesús fue rechazado en su tierra, en su lugar?, ¿por qué a nosotros nos pasa a veces lo mismo en nuestras familias –donde nos conocen–, con nuestros amigos? ¿Por qué esta gente se enfureció tanto con Jesús al escuchar sus palabras? ¿Qué se esconde detrás de esta actitud de rechazo ante lo conocido que, aparentemente, no me puede decir nada de Dios? ¿Por qué no alcanzan ni siquiera los milagros cuando se está entre los nuestros? ¿Por qué no alcanza con el cambio que produjo en tu vida Jesús, y es real, para que los más cercanos a vos y a mí se convenzan de que Dios se manifiesta en lo cotidiano, en lo sencillo de nuestras vidas?

Es un tema muy inquietante, que muchas veces nos puede carcomer el corazón. Vos por ahí sos uno de esos que recibió la alegría de ser salvado por Jesús y que ahora esparce su fragancia por todos lados, pero sin embargo con tu propia familia no podés; tu misma familia parece ser un murallón inquebrantable. ¿Te pasó alguna vez? «Ningún profeta es bien recibido en su propia tierra», y vos y yo somos profetas por el bautismo. Si estamos unidos a Jesús, hablamos en su Nombre. Eso es ser profetas. Incluso nos pasa al revés, nosotros también alguna vez rechazamos la voz de Dios que se nos manifestó por medio de alguien cercano. Seguramente debemos reconocer que nos pasó, no es fácil.

¿Qué es lo que pasa entonces? Justamente pasa que no comprendemos esto, nos pasa que no comprendemos que Dios habita en nuestros corazones y puede hablarnos a través de cualquiera, por más que no sea de mi agrado. Nos pasa por no entender que Dios, que es grande, habla por medio de lo humano, de lo pequeño; por no entender que a Dios no lo podemos entender, valga la redundancia, sino que lo tenemos que aceptar como es y que el único que nos enseña cómo es, justamente, es él mismo.

Hoy Jesús no se dejó matar, siguió su camino, aunque no lo entendieron y aunque lo quisieron matar. Así vamos nosotros por la vida, intentando seguir nuestro camino, el de Jesús, aunque nos quieran matar y hacer callar nuestra voz, simplemente porque no nos entienden o porque algunos no quieren escuchar lo evidente, simplemente porque no comprenden que Dios pueda hablar en cada templo-corazón y que, por hacer de su relación con nosotros un comercio, nos perdemos la gratuidad de su amor, que se nos «aparece» por todos lados, incluso por medio de aquellos que nos cuesta querer.

No te enojes si te rechazan dentro de tu ámbito más querido; a Jesús también le pasó, es parte de la lógica del Evangelio. No seas como los que rechazaron a Jesús por ser conocido, por ser tan «normal». Intentá siempre escuchar la voz de Dios que se manifiesta a través de todos, especialmente de los más cercanos.

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